Vuelves a ahogar tu sueño en el velo tenue de tu indolencia. Envuelves la esperanza en tu vana carestía de vigor, y nada arremete contra tu ciego impulso contingente. Ya tus ojos de jade, vueltos hulla, no ven mi iris refulgir, preso de tu mirada. Nuestra danza noctívaga no volverá a ser interpretada por los cuerpos candentes al ritmo del oboe y el cello. Y no te conmueves.
¿Encuentras mi fantasma entre el humo gris de tu memoria? ¿O acaso soy ya sólo etéreo sueño, esbozado en el limen del lunático onirismo?
Mi cuerpo yace, lúgubre y ebrio de melancolía, ante el postremo abismo del lecho abandonado. Los latidos crónicos se desvanecen cual la leticia en los rostros cenicientos, y se apaga lentamente su compás, hasta hundirse en el silencio mudo. El silencio sempiterno. ¿Y no te conmueves?
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